COMO VENCER LA ENVIDIA
“Tener amor
es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido ni
orgulloso“.(1 Corintios 13:4)
P
ara limpiar nuestro corazón de la envidia, debemos
identificarla como pecado y confesarla a Dios. Si persiste, debemos empezar a
orar por la persona que hemos hecho el blanco de nuestra envidia. Vencemos la
envidia cuando podemos regocijarnos en las buenas cualidades de los demás, más
de lo que las queremos para nosotros.
Lo primero que usted debe tener en
mente, cuando se esfuerza por vencer la envidia, es que Dios quiere lo mejor
para usted. Con esto no estoy diciendo que lo que Dios quiere siempre se
realiza. Si tal fuera el caso, no habría problemas en el mundo. Pero si usted
se ha de liberar de la envidia, es necesario que comprenda la maravillosa
verdad de que Dios quiso que usted cumpla un papel infinitamente importante en
su reino, y que él ha querido que usted tenga los dones y las oportunidades
para que cumpla tal papel. En otras palabras, Dios no tiene la culpa de que
usted piense que le hace falta algo. Él quiso lo mejor para usted, pues su amor
hacia usted no tiene límites.
Quiero presentarles como ejemplo el
caso de Joni Eareckson Tada. Una increíble joven vivaz que llegó a ser
cuadrupléjica como resultado de un accidente de natación. Parecía que había
terminado una vida de deportes, viajes y diversión, que se había esfumado la
promesa de una carrera profesional y de un matrimonio feliz. Quedó confinada de
por vida a una silla de ruedas, en vez de estar libre para disfrutar de la vida
feliz con la que había soñado.
Cuando Joni cuenta su historia, explica
cuán fácil hubiera sido para ella envidiar a otros que estaban capacitados
corporalmente, y cómo la envidia pudo haberla convertido en una persona
amargada. Pero la envidia y el resentimiento no deformaron su personalidad. Más
bien, por la gracia de Dios, Joni descubrió algunas verdades que transformaron
su vida.
Ante todo, ella llegó a conocer que lo
que había pasado no era algo que Dios quería que ocurriera. Se dio cuenta de que
Dios no quería que ella sufriera ni que estuviera inválida toda su vida. Ella
descubrió que Satanás quiso utilizar su lamentable accidente para hacer que
odiara a Dios, pero ella estaba determinada a no permitírselo. Afirmó el
mensaje bíblico de que Dios es bueno y quiere sólo el bien para sus hijos. Tan
pronto como se dio cuenta de que Dios no quería que ella sufriera ese
accidente, y de que Dios comprendía sus sufrimientos, ya que ella tenía que
vivir con las consecuencias del accidente, le fue más fácil amar a Dios y
reverenciarlo.
En segundo lugar, Joni descubrió que en
medio de las difíciles circunstancias en las cuales se vio inmersa, Dios le
pudo dar significado y alegría. Entendió que por causa del suceso horrible que
había experimentado, estaba preparada para ministrar a otros inválidos de una
manera en que no lo pueden hacer los que no están incapacitados. Aunque Dios no
quería que ella quedara inválida, Él pudo obrar en medio de la adversidad y
producir algo de importancia infinita.
El hecho de saber que Dios podía usarla
en razón de su condición, se convirtió en una fuente de gozo; y su testimonio,
que ahora se oye en todo el mundo a través de las campañas de Billy Graham, ha
influido en muchísimas personas.
Joni esta felizmente casada. El final de
esa historia no se ha narrado aún. Su batalla para sobreponerse a la
frustración y a la envidia continuará toda la vida, pero tengo confianza en su
capacidad para dominar esos sentimientos, pues sé que ella alimenta su relación
con Dios.
Ella vive con la esperanza de que algún
día recibirá todas las cosas buenas que Dios quiso para ella antes de su
nacimiento. Ese es el propósito del cielo, y Joni lo sabe. Ella es capaz de
usar el conocimiento de que algún día no le faltará nada de lo que es bueno,
como un arma contra la envidia. Sabe que volverá a caminar, aunque ese día
llegue cuando esté en el cielo.
Dar lo mejor de nosotros mismos nos
libera de la envidia. Ésta se disipa cuando brilla la autoestima y cuando
dejamos de compararnos con los demás, al tomar conciencia de nuestra dignidad y
de que somos únicos.
En vez de sentirnos resentidos y
envidiosos de aquellos para los cuales las cosas parecen salir mejor, somos
llamados a confiar en Dios y creer que en medio de nuestras presentes
circunstancias, él encontrará la manera de proveernos oportunidades para que
experimentemos un servicio gozoso y una satisfacción total a pesar de las
difíciles condiciones o privaciones que hayamos tenido que soportar.
“Ámese mucho y será capaz de alegrarse con los éxitos de otros. Valórese y
podrá valorar a los demás. Use sus dones y al no ser mediocre podrá expulsar de
su espíritu el demonio de la envidia”.
“El Adorador”
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