Animate a dejar tu lugar
“Cada uno debe
velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los
demás.” Filipenses 2:4 (NVI)
Cada mañana
llevo los chicos al colegio. Como cualquier padre que realiza esta tarea, se
que el horario de ingreso es corto, apenas de 7:30 a 7:40 am. Por lo que la
acumulación de autos en la entrada del colegio hace colapsar la calle y diez
minutos más tarde, está vacía nuevamente. Para cualquier padre es difícil hacer
bajar a sus hijos con las mochilas para el colegio y encontrar un lugar donde
dejar el auto, cerca de la entrada.
En nuestro
caso, el problema se potencia, por tener que bajar la silla de ruedas de Juampi
cada día para que pueda entrar al colegio. Así que vamos pendientes del primer
lugar que está disponible para estacionar el auto y poder llegar a tiempo. Juampi
y Connie ya están bien entrenados. Y tenemos la bajada bien practicada. Así que
apenas estaciono el auto, bajo la silla, acomodo a Juampi, bajo a Connie,
agarramos las mochilas y entramos (casi todos los días) antes que
cierren el portón.
Pero a veces
llego un poquito más tarde y se complica mucho. El otro día, estábamos llegando
con lo justo y veo adelante mío, un espacio para estacionar el auto. Adelante
había otro auto que se ubicó en ese lugar. Hizo bajar a los chicos, y me hizo
señas con la mano para que fuera a se sitio. Apenas estuve detrás de él,
arrancó y me dejó el lugar. Le agradecí con la mano y después me enteré que
había sido mi amigo el “pollo”.
Como lo conoce
a Juampi, estuvo dispuesto a ceder su lugar para permitir que mi hijo pueda bajar
más cómodo. Mientras volvía a casa, pensaba en esa actitud poco habitual.
Estamos acostumbrados a vivir egoístamente, pensando solo en nuestros
intereses. Nos endurecimos y no consideramos las necesidades de quienes están
cerca de nosotros. Esta sociedad corrompida, nos endureció el corazón. Pero no
es lo que Dios espera de nosotros.
La Iglesia de
Cristo debe ser un
lugar donde los cristianos tenemos sensibilidad, y velamos por los intereses de
los demás. Porque los consideramos y valoramos. En lugar de ser egoístas,
actuamos como Dios, con generosidad y aprecio. Sin importar como actúen los
demás, Dios espera que vos tengas la misma sensibilidad que el “pollo”.
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